
“Recuerdo que empecé a caminar en línea recta y no doblaba en ninguna dirección por miedo a perderme y no saber ni preguntar en ese idioma nuevo para mí, el nombre de la calle de nuestro nueva casa que todavía no sabía, así vivía mis problemas”. Raquel, joven migrante, a los 17 años.
“Hasta hoy puedo sentir el olor de los naranjos cuando caminaba todos los domingos de vuelta al internado y cantaba con todas mis fuerzas una canción sobre las raíces y la libertad de volar” Tania, joven expatriada, a los 15 años.
“Me decían la gallega, y se reían de mi cuando hablaba en el español de España para llamar salón al living o cuarto a la pieza o coger a agarrar”. María, expatriada, a los 26 años.
En el mundo global que nos toca vivir, emigración y desarraigo son parte del paisaje cotidiano. Los motivos son principalmente de índole económico, seguidos muy de cerca por temas de seguridad o mejor dicho de Inseguridad Percibida o Real, políticos y por qué no también por Amor.
Hay hispanoparlantes en todos los rincones del mundo buscando una particular mejor calidad de vida. Llevan consigo una maleta llena de recuerdos, de tradiciones familiares, de paisajes, comidas, amores, música, olores, y sobre todo su inconfundible acento latino imposible de esconder bajo ningún otro idioma.
Se mezclan el orgullo por una rica cultura y tradición con la necesidad de ser uno más en la nueva nacionalidad adquirida. Es probable que se produzcan entonces los matrimonios mixtos entre el emigrante y el nativo del lugar.
Con los años y el asentamiento en el país adoptivo los que llegaron muy jóvenes ya se sienten integrados y los padres ven como aquellos ya no se sienten latinos y mantener las tradiciones a veces se vuelve muy difícil. Los jóvenes quieren pertenecer y asumir esta nueva identidad.
Son los llamados “Chicos de la Tercera Cultura”, no son latinos, no son identificados como propios por los nativos, son esa nueva identidad que puede ser muy enriquecedora a nivel experiencial pero también puede conllevar una cuota de sufrimiento.
Muchas veces los padres de estos emigrantes han quedado en el país de origen y se van haciendo mayores .Aparecen los achaques lógicos de la edad, y no hay posibilidades económicas de visitarlos o traerlos y cualquier día se reciben malas noticias. Es un miedo que muchos desarraigados sienten.